El
pasado día once de septiembre tuvo lugar la polémica Diada independentista.
Alrededor de cuatrocientos kilómetros de simpatizantes de la propuesta dejaron
claro que en momentos de crisis, alentar el espíritu nacionalista es una de las
mejores armas del gobierno para desviar la atención de su incapacidad para
solventar una situación como ésta. Porque, desde que estalló esta oleada,
promovida por Artur Mas y su partido, ¿cuándo fue la última vez que los medios
de comunicación dieron mayor importancia a la situación económica de Cataluña que
a su ansia de independencia?
Esto no sólo se podría recoger para
el ámbito catalán de la independencia, sino a todas esas circunstancias que nos
bloquean para ver la verdadera realidad de hoy en día. Son muchas las
casualidades que surgen tras una mala imagen que da el gobierno. ¿Algún caso de
corrupción está en curso? Hacemos el ridículo en los JJOO y listo. ¿Más
recortes en sanidad y educación? Culpamos a ETA de posibles ataques terroristas.
¿Otro desahucio y otra familia más a la calle? Ese mismo día ponemos un
Barça-Madrid y nadie se acuerda. Nos embaucan, nos timan y nos mienten,
mientras ellos en su trabajo se ríen de nosotros haciendo que “dirigen un país”
jugando con su iPad o tomándose un gintonic, eso sí, a 3’45 la copa, cuando al
mes cobran el doble que lo que un obrero medio llegará a cobrar, con suerte, en
todo un año.
Desde luego, estos titiriteros están
consiguiendo fácilmente su objetivo ante una ínfima resistencia de la población
que, camelada por bellas palabras y una bonita promesa de felicidad, se está
olvidando de los estragos que está ejerciendo la crisis, de la que esperan en
vano una salida. Es en ese punto donde las desmedidas ilusiones estimuladas por
el gobierno cobran vida propia y se escapan a su control. Es en ese punto donde
el titiritero pierde los hilos.