"La palabra justa"

jueves, 10 de octubre de 2013

Cuando la crisis entra por la puerta

       El pasado día once de septiembre tuvo lugar la polémica Diada independentista. Alrededor de cuatrocientos kilómetros de simpatizantes de la propuesta dejaron claro que en momentos de crisis, alentar el espíritu nacionalista es una de las mejores armas del gobierno para desviar la atención de su incapacidad para solventar una situación como ésta. Porque, desde que estalló esta oleada, promovida por Artur Mas y su partido, ¿cuándo fue la última vez que los medios de comunicación dieron mayor importancia a la situación económica de Cataluña que a su ansia de independencia?



         Esto no sólo se podría recoger para el ámbito catalán de la independencia, sino a todas esas circunstancias que nos bloquean para ver la verdadera realidad de hoy en día. Son muchas las casualidades que surgen tras una mala imagen que da el gobierno. ¿Algún caso de corrupción está en curso? Hacemos el ridículo en los JJOO y listo. ¿Más recortes en sanidad y educación? Culpamos a ETA de posibles ataques terroristas. ¿Otro desahucio y otra familia más a la calle? Ese mismo día ponemos un Barça-Madrid y nadie se acuerda. Nos embaucan, nos timan y nos mienten, mientras ellos en su trabajo se ríen de nosotros haciendo que “dirigen un país” jugando con su iPad o tomándose un gintonic, eso sí, a 3’45 la copa, cuando al mes cobran el doble que lo que un obrero medio llegará a cobrar, con suerte, en todo un año.



            Desde luego, estos titiriteros están consiguiendo fácilmente su objetivo ante una ínfima resistencia de la población que, camelada por bellas palabras y una bonita promesa de felicidad, se está olvidando de los estragos que está ejerciendo la crisis, de la que esperan en vano una salida. Es en ese punto donde las desmedidas ilusiones estimuladas por el gobierno cobran vida propia y se escapan a su control. Es en ese punto donde el titiritero pierde los hilos.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Dios las cría y ellos las frustran


          Muchos años atrás las diferencias entre sexos eran tan abrumadoras y tajantes que la gente de esa época lo veía como una circunstancia normal, la mujer era notablemente inferior al hombre. Obviamente, con el paso del tiempo, este suceso se ha ido modernizando para que hombres y mujeres tengan los mismos derechos y deberes, hasta llegar a tal punto de poder hablar de igualdad, tras grandes luchas contra la discriminación y la sinrazón que antes se daba por supuesto. Aún así, hoy en día los estereotipos sexistas todavía colean, condicionando nuestras vidas y las de nuestros hijos.

                                                                                                                                  Parece una locura pensar que en pleno siglo XXI estemos hablando de esto, ya que, en los colegios, bajo la tutela de la coeducación, se supone una justa valoración del potencial académico tanto en niños como en niñas. Sin embargo, actualmente hasta los centros más progresistas son azotados por los fantasmas del machismo. Se ha comprobado que las mujeres no reciben el mismo reconocimiento por sus logros que los hombres, ya sea dentro del mundo laboral, o incluso en relación a su nivel académico, derivando en bajas expectativas hacia un futuro poco prometedor. Son estas las bases de una sociedad cimentada sobre los Derechos Humanos, pero con pilares tan anticuados como este, que hacen que la estructura entera se tambalee, y que se cuestione nuestra afición a conservar las costumbres y tradiciones.


            ¿Debemos permitir que el mundo funcione como una selva, donde leones y leonas cazan por igual, llevándose el macho el mejor trozo? ¿O que el trabajo de heroínas como Curie, Thatcher y Beauvoir quede reducido a nada? Tampoco buscamos ese feminismo exaltado (maquillado como igualdad) que recorre la mentalidad de las muchachas al grito de: "Los niños crecen, las niñas maduran". Ambos son el futuro, un futuro que será responsabilidad suya después de nuestra, pues no se nace hombre o mujer, sino que se llega a serlo.